Si vences a muchos eres el mejor, pero si te vences a ti mismo eres poderoso

jueves, 26 de mayo de 2011

10.000 del Soplao.

Cómo empezar esta crónica? El viernes salgo para Madrid y desde aquí para Cabezón de la Sal. Eran algo más de las 9 de la noche. Recoger el dorsal y cenar para ir a la cama tempranito. El día había sido largo y cansado. Tras un primer sueño me paso toda la noche en velas. No sé si eran los nervios o la propia inseguridad de poder terminar el reto.

A las 6:30 esta ya levantado. En el hotel nos habían prometido un desayuno copioso, todos los alojados participábamos en la prueba, pero la mujer se quedó dormida y lo de copioso se convirtió en tardío. Mi mujer me acerca a Cabezón, estábamos a solo 4 kms pero no quería que cogiera la carretera o tal vez no quería que me cansara antes de empezar. Me despido y me dirijo al cajón. Dada la hora que era me tengo que conformar con colocarme a la cola del pelotón. Noto como sale el agua a chorro de la boquilla del camel. Se me ha roto la boquilla. Hago un apaño y por lo menos podré tener agua, por que para colmo el bidón con las sales me lo he dejado en el hotel.



En los escasos 5 minutos que tengo que esperar antes de dar la salida (yo aún tardaré en moverme algunos minutos) decido que mi único objetivo sería terminar y pongo el pulsómetro en modo hora. Así solo controlaré la hora del corte a las 21 horas en Juzmeana y la hora de llegada antes de las 12 de la noche. Desde Ronda no había vuelto a montar en bici y con lo entrenos que llevo este año no estaba para muchas alegrías.

Empiezo a moverme pero aún tardaré muchos minutos antes de pasar por el arco de salida. El ambiente como siempre extraordinario. Me recuerda el ambiente de Ronda pero con otro acento. Paso debajo del arco y pienso tengo que volver a pasarlo en el sentido contrario. El año pasado no pude terminarlo por culpa de los pinchazos, este año llevaba dos cámaras, aceite, herramientas de todo tipo, dos bombonas de aire y las luces. Iba cargado como una mula pero con todo lo necesario para ser autosuficiente y no tener excusa para retirarme.

Llegan las primeras subidas y creo recodar que haber visto un cartel que ponía Cocina y empiezan las subidas. No me voy encontrando mal pero no quiero en absoluto forzar la máquina. Subo bien al Soplao, pero se me atraganta el Monte AA. Subir esa pared de cemento se me hace imposible y tengo que patear. En cambio la interminable subida a El Moral se me hace más llevadera. Paro en la primera fuente para rellenar el camel. Iba seco. Por fin se ven las banderas de la cumbre. Tomo algo en el avituallamiento y tiro para abajo. Ahora toca un poco de asfalto y coger el camino para otra subidita hasta la Cruz de Fuentes. En el avituallamiento anterior no llené el camel y lo pasé mal. Tuve que pedirle agua a otros corredores por que sino no iba a llegar. Para colmo cuando llego al siguiente avituallamiento en el Puerto de Palombera me dicen que no había agua. Menos mal
 que llegó un coche con botellas. Puede llenar el camel y seguir. A partir de ahora todo lo que hiciera superaría lo del año pasado. No iba mal, aunque en la bajada no quise arriesgar. El cansancio te hace perder destreza y no era cuestión de caerme. De hecho tuve un aviso que pude controlar. Cada vez estaba más convencido de que la meta estaba cada vez más cerca. Llego al avituallamiento de Juzmeana y por primera vez pienso que lo voy a conseguir. Son las 20:20, tengo tiempo suficiente para llegar a Cabezón.

Subo el Moral por segunda vez y lo recordaba con más rompepiernas, y no tan cuesta arriba como se me hizo. Los gemelos me ardían, esta subida se me hizo más dura que la primera subida al Moral. A medida que iba subiendo se iba cubriendo todo con una espesa niebla. Tarde más de una hora en coronar ese puerto. Me sorprendió oir el sonido de un cencerro. Era el mismo que había oído en la subida. Mención especial se merece el hombre del cencerro en El Moral. Allí solo entre nieblas seguía animando a todos y cada uno de los que pasábamos. Para quitarse el sombrero.

Me costó subir por segunda vez este puerto y es donde realmente me sentí cansado. Antes de iniciar el descenso puse las luces. No se veía absolutamente nada y algunos bajaban a oscuras. Me uní a un grupo donde los que llevábamos luces ayudábamos a los que no las tenían. Iba tiritando de frio pero cuando se acaba la bajada y veo el cartel de 4 km para Cabezón se me quitó todo. Meto el plato grande y el piñón del 11. Formamos un tren, 4 ó 5 ciclistas, y no bajamos de 35 km/h. Yo mismo estoy sorprendido. El sonido de las ruedas rodando sobre el asfalto me pone la piel de gallina. Entramos en Cabezón, me dejo caer del grupo para llamar a mi mujer. Eufórico le pregunto dónde está. En la esquina de la iglesia. En ese momento la veo. Pego un frenazo en seco que me hace cruzar la bici. Le doy un beso y un abrazo. La gente nos anima y gritar. Hacen hasta la ola. Me vuelvo a montar y entro en meta. Prueba superaba.


Gracias a Cabezón de la Sal por organizar una prueba en la que independientemente de la hora en la que llegues, del puesto que ocupes en la clasificación tendrás siempre la sensación de ser el primero.

El tiempo no me importa, aunque han sido 15 horas, pero la satisfacción y el orgullo me durará toda la vida.

martes, 10 de mayo de 2011

Ronda 2011 (por mis santos cojones)

No es que no haya salido en bici, sigo dando pedales. El único motivo mi ausencia por estos lares ha sido la falta de tiempo pero después de Ronda había que buscar un hueco para contar la odisea.
Como siempre alquilamos la misma casa de los últimos tres años. Es grande, acogedora y sobre todo no es caro, que tampoco barata. Llegamos el viernes y directo a la pizzería para cenar. Tras una ovípara cena para casa a descansar.


Amanece el día esperado y aunque teníamos previsto levantarnos a las 7:30 de la mañana un petardazo suena a las 6 de la mañana. Diez minutos otro, y otro y otro. Es la romería del pueblo, Arriate, y así despiertan a los parroquianos. A nosotros no sentó como una patada. Metimos las bicis en el coche y para el campo de futbol, salida de la prueba, no sin antes desayunar de nuevo en el bar.


En la entrada al campo coincidimos con otros conocidos. Nos posicionamos bien para la salida neutralizada y mejor aún el salida real a las 11 de la mañana. Empezaba el espectáculo.

Durante los primeros kms Jon fue la rueda a seguir, 4 ó 5 km fueron los que puede mantener la rueda. Uno que se cruza, otro que va más lento y otro que va más rápido me hace perderla. La estrategia que iba a seguir era fácil ir a mi ritmo y regular para guardar fuerza para cuando llegase lo realmente duro, los últimos 20-25 kms.

Iban pasando los kms y me estaba encontrando bien hasta que llega el km 40 en Alcalá del Valle. Allí me encontré con mi mujer. Me dio tres o cuatro dosis de doping, llámese besos y después de tomarme un gel que me dieron los señores legionarios continuo el camino. Aparece una pared de cemento. No tiene más de 400 metros pero son matadores. Voy subiéndolo hasta que el que va delante de mi se cae y con su rueda trasera golpea la delantera mia. La consecuencia fue un golpe seco en el codo. El resto de la cuesta lo tuve que subir pateando. Como siempre, todo lo que sube, baja. Al iniciar la bajada un gilipollas intenta pasar por donde es imposible. Me enganchó por el manguito y al suelo. Esta vez la caída si me hizo daño. No nos podíamos levantar. El brazo seguía enganchado, las calas también. La gente que intentaba desengancharnos no sabían como hacerlo. Era como un ejercicio de dificultad. Este hecho me marcó para el resto de la carrera.


Continué la marcha, pero esta vez las sensaciones ya no eran las mismas. En un momento me encuentro con una cola. Cerca de media hora parados sin saber por que. Cuando llego y veo el motivo del parón me quedo flipando. Era un charco, vale grande pero solo un charco. Ya había tenido un par de incidentes pero aún me quedaban más desagradables sorpresas.


Sobre el km 75 al final de una bajada un charco cruza todo el camino. En entran dudas por donde acometerlo. Si la derecha o la izquierda, o mejor por el centro. Cojo la derecha tirando para el centro. Otra ostia. La rueda se me quedo clavada en el fango y salí por arriba. Me rebosé en barro y otra vez me hice daño. Ya por la mañana había tenido el pálpito de que algo me iba a pasar durante la carrera, pero no tantas veces. Me levanto y continuo con la marcha. El ritmo que llevaba hasta la primera me hacía prever un tiempo de 7 horas y media contando con la dureza de los últimos kms.


Miro el cuenta y voy por el km 80. Me dolía todo, el barro se estaba secando y me tirada la piel y me entraron unas ganas de llorar incontenibles. Desde el 81 al 83 me acompañó un llanto que aún no sé el motivo. Quizás la impotencia por tantos contratiempos. Moralmente me estaba hundiendo. Y llega el km 92 me pongo de pie en la bici para afrontar una subida y se me rompe la cadena. Pedaleo en el aire y caigo por delante de la bici con tan mala suerte que me golpeo con el manillar en el estómago. Me quedo tendido el suelo sin poder respirar y un dolor que me llegaba hasta la uña de los pies. Me siento en el suelo recuperándome de la caída. Era lo que me faltaba. Dos compañeros me ayudan a levantarme y por mi mente pasa abandonar miro la bici y la veo tirada en el suelo, como yo lo estuve hace dos segundos. No me podía agachar para reparar la cadena pero la cojo y empiezo a andar. Por mi santos cojones que terminábamos la carrera. Faltaban 8 kms y estaba dispuesto a hacerlos andando. Con todo el cuerpo dolorido empiezo a andar. Al llegar al último avituallamiento un compañero se ofrece a reparar la cadena. Yo casi no me podía doblar. Vuelvo a montar y ya solo me queda la Cuesta del Cachondeo. Es el último sufrimiento. Entro en Ronda y veo la gente que aplaude y las lágrimas vuelven a aparecer. Llego a la Alameda, donde está la meta. Allí me espera mi mujer antes de pasar por el control de tiempo. Me desvío para recoger mi premio, sus besos y la abrazo.




No me importa el tiempo que he hecho, calculo que 9 horas, solo pienso en que el año que viene volveré y será mi revancha pero ahora lo que más necesito es una ducha y que me curen las heridas.



Además del ladrillo que dan a los que finalizan la prueba, me he traído dos cardenales en la tripa, tres en la pierna, y solo uno pero muy grande que me coge todo el antebrazo y raspones varios.


He sufrido, ha sido una prueba muy dura quizás la que más de todas la ediciones. Muy bien organizada sin nada que criticar y me quedo con ganas de volver otro año más.