Empecemos por el lunes que era fiesta. Después de la paliza de en La Palma del Condado quería rodar un poco con la flaca. Cojo la carretera N640, la antigua Vía de la Plata, y la intención es llegar hasta la Venta del Alto para desayunar y vuelta a casa. Al final unos 70 km que en principio iban a ser tranquilos. Yo debo tener un cartel en la cara que dice a que no me coges? por que casi todo el mundo me reta. Un ciclista se pone detrás de mi, agunta un poco y después me ofrece su rueda. La sigo pero no quiero llevar su ritmo y aflojo. El tío se frena para que le siga. Así casi 15 km. Cuando él se da la vuelta para volver me dice que me ofrecía su rueda para que le siguiera. Yo se lo agradezco pero le digo que tenía otra intención que era rodar suave y no al ritmo que me quería llevar. Nos despedimos y espero encontrármelo algún otro día por esas carreteras.
El jueves de nuevo vuelvo salir con la gordita. Siempre me gusta salir a rodar antes de una carrera. Salí con Jon y las sensaciones no fueron buenas. Me sentía cansado y las piernas pesadas. No era un buen augurio para el sábado.
Y llegó el día, el gran día. Paterna fue mi primera carrera. Algún día contaré la historia de ese día de carrera de hace algunos años. Pero volvamos a la actualidad. Me levanté a las 6 para el desayuno. Cereales y yogur. Mi amor, que ha llegado de Madrid el viernes, viene conmigo. Desde luego para ser la mujer perfecta solo le falta montar en bici. Poco a poco todo se andará. Llegamos temprano y después del desayuno al cajón de salida.
A las 8:35 se da la salida. Como siempre primero la vuelta por el pueblo y después una larga y rápida bajada por asfalto hasta entrar en terreno campestre. La sensaciones no son nada buenas. Me siento con mucha pesadez en las piernas y el pulso se dispara ante cualquier dificultad. Me va a tocar sufrir, y de lo lindo. Sobre el km 19 ó 20 ocurrió uno de los hechos que más me han impactado en un ruta. A mi derecha veo una sombra que pasa tras unos arbustos algo altos. Ha pasado tan rápido que no he distingido que podía ser, aunque sí que era grande. Detrás de mi a unos 2 metros salta la sombra sobre los arbustos. Miro a mi derecha y después a la izquierda y veo como choca un ciervo con un ciclista al que derriba y deja en el suelo. Después saltaron dos más. Aún recuerdo el golpe seco y contundente del choque. Fue relamente impresionante. El bicho tenía unos cuernos que daban miedo. Se formó un tapón y decidí bajar para avisar a alguien de la organización. Espero que el chaval se haya recuperado por que cuando me fuí aún estaba en el suelo.
Entre las malas sensaciones y lo que había visto no iba muy bien. Un punto y aparte era el polvo del camino. Cuando daba el sol no se veía nada. Había que dejarse ir un poco para por lo menos poder ver. Realmente las sensaciones no eran buenas pero es verdad que iba adelantado a gentes, más de los que me adelantan a mi. Ahora, pensándolo friamente, no iba tan mal físicamente como sicológicamente. No recuerdo en que km se formó un señor tapón, donde todos en fila india íbamos sorteando. No era tan complicado pero a que uno se parara todos los demás lo teníamos que hacer.
Seguiamos avanzando por cortafuegos. Los subí todos salvo uno y bajarlos los bajaba todos por muy complicado que fueran. He observado que este año he mejorado algo la técnica. Entramos en camino estrecho donde abunda vegetación. Sobresalen ramas secas que te van fustigando. Una veces en las manos, otras en las piernas. Ese fue el trozo de ruta que menos me gustós. En el km 44 llega la Cuesta de los Machos, 2 km al 8%. Antes había subido la dificultad a la que llaman El Mortirolo un km al 9 y otro al 10%. En la cuesta de los Machos cojo un buen ritmo y solo me adelantan 3 ó 4, quizas 5 corredores. Yo adelanto a bastante y además llevo un buen ritmo. Sin, casi darme cuenta, corono pero algo había que no funcionaba correctamente. Tras un corto descenso hay que volver a subir y la tónica es la misma que en la subida anterior. Y llega el km 52. El fatídico km 52. No sé que me pasó y a la única neurona de mi cerebro le dió un ataque de gilipollez en grado máximo. Pregunto por la ruta intermedia. La corta era de 59, la larga de 94 y la intermedia de 74. En vez de tirar por la izquierda, cojo la derecha. Si hubiera cogido la larga solo quedaba una subida y luego todo era para abajo. Avanzo unos 200 metros y pienso en volver coger la ruta larga pero me llega a la mente lo que sufrí en los últimos 20 km de La Palma y decido continuar por la corta.
Ya practicamente no había dificultad salvo la cuesta del Pinguete, 1 km al 10%, pero que al final se convierte en el 20. Se congrega mucha gente en ese tramo a la entrada del pueblo. Durante los 20 km que me quedan me pregunto por que he hecho eso. Nunca antes lo había hecho. O hacía la ruta total o nada. La decisición estaba tomada y ya no había vuelta atrás, aunque lo pensé. Al final solo dejé de hacer 15 km, ridículo.
Llegué a la cuesta del Pinguete y allí el ambiente te pone los vellos de punta. Te dejan un pasillito, como en el Tour, y de gritan, te dan ánimos y alientos para que culmines la cuesta. Ni se te ocurre echar el pie a tierra lo poco que te queda lo das. Cuando llegas arriba tienes que girar a la izquierda y te encuentras con otra cuestecita. Allí veo a mi niña a mi entrenadora. Me saluda con el brazo en alto y cuando llego a su altura recibo mi trofeo. Sus besos.
Es cojonudo tener a una persona que te apoya, te da animos y te fomenta para hacer lo que te gusta. Gracias mi amor por esperarme tantas horas con frio o calor, por soportar mis interminables conversaciones sobre bicis y carreras, por apoyarme en mis desafios, por pensar que soy un campeón cuando realmente soy un globero. Gracias por darme los trofeos cuando llego a meta. Tus besos.
Llego a meta y siento una enorme frustación y rabia. Ella me intenta animar aunque no lo consigue. El único consuelo que puedo tener, es que terminé el 44 de la ruta intermedia en 5:19, pero no es suficiente. Al final cuando doy por terminada la temporada cometí la gran gilipollez.
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